Y como si hubiera pestañeado, llegó el último día en Big Island.En la mañana, salimos barriditos para que no nos ganara el check out del hotel a las 11:00 A.M., pero nuestro avión salía a las 9 de la noche, muchas horas para matar.
La primer parada después del hotel fue una tienda de recuerdos, más bien muchas, pero no encontraba nada que me convenciera para comprar, y luego, ¿y luego? eso nos preguntamos el bobby y yo por un rato.
Como se acercaba el día para la competencia Ironman, todo estaba lleno, el tráfico horrible (las pequeñas calles no ayudaron), se complicaba la movilidad. Al final, nos quedamos en un parque, el bobby leyó y yo admiré las olas y caminé por un cable, nada más por andar de metiche tomándole fotos a unos muchachos que por puro hobby amarran cables a los arboles para caminar sobre ellos, me invitaron a intentarlo. Me dio penita impresionarlos con mis mortales invertidos y saltos, así que me hice la principiante. Casi me siento rubia.
Cuando terminamos de comer, quisimos visitar un centro de energía renovable, pero no nos abrieron, seguimos el camino que nos llevó ahí, aunque no sabíamos hacia dónde continuaba. Lo primero que nos topamos fue playa (¡sorprendete!), la orilla era pura piedra volcánica, y tenía unas olas muy bonitas, me hubiera gustado pasar más tiempo ahí.
Y finalmente llegó la hora de entregar el carro e ir al aeropuerto.
Mientras esperábamos abordar el avión, no podía dejar de pensar en que había estado en Hawaii 10 días, que había cumplido una de las cosa que siempre quise y que iba de regreso a otra ciudad en la que es como un sueño vivir. También pensaba en que ya quería subirme al avión para dormirme.
Vacacionar en Hawaii es un cliché, pero lo es por una razón: es bellísimo y los precios no son tan descabellados, al menos no en Big Island. No tener un smartphone, ni cable y cocinar más de lo que me gustaría para mandar ese dinero a los ahorros para vacaciones, me ha dado una de las mejores experiencias de mi vida, por supuesto, el bobby va en primer lugar.