Para este día ya estábamos molidos, el con más ganas de quedarse leyendo, pero yo podía exprimirme más pila.
En internet había leído sobre Kiholo Bay, una playa dónde hay muchas tortugas, a la que para llegar, se requiere caminar un poco, así que me vestí de exploradora, con traje de baño abajo por si estaba rica el agua.
Nos estacionamos casi llegando ala playa, no sabía para donde caminar cuando recordé ver una foto de una tortuga reposando en un lugar rocoso, vi a lo lejos un área de la misma apariencia, así que agarramos para la derecha.
En el trayecto un niño nos advirtió que tuviéramos cuidado, más adelante había un “baby lñadjflskjf“; No entendimos que dijo, pero conforme caminamos, nos dimos cuenta que se refería a un lobo marino bebe.
Seguimos caminando sin ver tortugas, solo hippies que comían cocos, me daban ganas de pedirles porque en todo Big Island no encontré más que en el suelo, en las palmeras y en las piñas coladas.
Después de caminar por la orilla de la playa con la boca abierta por el bellisimo color del agua y el paisaje, por fin las vimos. Las tortugas descansaban en una pequeña península, y para llegar a ella, tuvimos que recorrer un tramo de pura roca volcánica, en algunas partes no muy estables, lo que alentó el recorrido.
El calor estaba como para meterse a la playa, pero el agua como para verse, en esa área está muy helada porque ahí desemboca la que viene de las montañas. No me importó, me armé de valor, di un salto y casi me quedo sin respiración. Andaba una tortuga gigante por ahí, me daban ganas de pedirle ráite pero el bobby no pareció apoyar mucho la idea.
Este fue mi segundo lugar favorito, los colores, la cercanía de los animales (a los que prometo que no me acerqué ni toqué), la apariencia casi salvaje del lugar me dejaron impresionada.